Abres el grifo de la cocina y en menos de un segundo empieza a correr el agua. Transparente, limpia, saneada, lista para que tu familia y tú podáis disfrutar sin preocupaciones de algo que parece tan simple como un vaso de agua. Sin embargo, en muchos otros países como Chad la realidad es muy diferente. Las mujeres de las comunidades deben hacer entre dos y cuatro viajes al día para tener agua en sus casas. Agua que está sucia y que es especialmente nociva para los más pequeños.

En pleno siglo XXI mueren anualmente más de 1,5 millones de niños menores de cinco años por enfermedades relacionadas con el consumo de agua sucia como la diarrea. Por eso, las madres hacen todo lo que está en sus manos para cambiar la situación. Y es que ¿qué harías tú por darles lo mejor a los que más quieres?

El largo camino hasta el agua

Achta Fadoul es uno de esos ejemplos. Ella, su marido y sus seis hijos viven en Midjiguir, a 23 kilómetros de Mangalmé (Chad). Trabajan en el campo cultivando sorgo y mijo y muchas veces han de pedir cereal a sus vecinos para poder mantenerse. En Midjiguir no hay ninguna fuente de agua limpia, por eso Achta ha de salir a buscarla. Según la época el año, Achta recoge el agua de diferentes lugares.

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Achta con su hijo más pequeño © Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Durante la estación de lluvias camina hasta una charca cercana a su casa: “Durante la estación de lluvias la distancia no es importante y puedo hacer cuatro viajes, dos por la mañana y dos por la tarde”. No obstante, el agua que consigue “no es buena”, pero es la única de la que disponen. En la estación seca la fuente está más lejos: “Sólo puedo hacer dos viajes. Son dos horas de ida y dos de vuelta, así que cuando llego de coger el agua es la hora de comer. Luego vuelvo a salir”. Sin embargo, Achta dice que “es agua más limpia”.  

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Achta recoge el agua de una charca © Pablo Tosco / Oxfam Intermón

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Achta con su hija enferma Safia  © Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Achta tiene que hacer esta labor sola, ya que su hija mayor (Noura, de ocho años) aún es muy pequeña para acompañarla y se queda en casa para hacerse cargo de sus hermanos pequeños. Así que Achta carga los dos cántaros de agua en el balancier y sale a por ella, corriendo los peligros que conlleva como ataques de animales salvajes o violaciones. Carga 25 litros de agua en cada hombro, lo que le provoca fuertes dolores: “Me duele la espalda y el cuerpo. No es fácil estar bien. Si pudiera tener agua aquí en mi patio sería una gran alegría para mí”.

Una pequeña ayuda puede marcar la diferencia

La salud de sus hijos le preocupa mucho. “Mis niños caen enfermos con frecuencia. El agua que cogemos en época de lluvias está muy sucia y llena de gusanos. A veces la filtramos, pero otras la toman sin filtrar y esto provoca enfermedades a los niños. Enseguida les produce diarrea, malestar y dolor de tripa”. Si pudiera, Achta no dudaría ni un segundo en llevar a sus pequeños al hospital, pero su precaria situación económica se lo impide: “Nos quedamos. Si Dios da la salud al niño, la recuperará, si no, no podemos hacer nada, aunque se mueran. El hospital pide dinero y nosotros no tenemos”.

Para que Achta y tantas mujeres como ella puedan dejar de temer por la vida de sus hijos, es imprescindible tu ayuda. Aportando tu granito de arena podrán construirse pozos y puntos de agua limpia cerca de las comunidades para que todos tengan acceso. Esta es, precisamente, una de las labores que lleva a cabo Oxfam, que también se encarga de formar a las personas para que sepan mantener las fuentes y pozos de agua limpia y conozcan las medidas de higiene para prevenir enfermedades. Un vaso de agua limpia puede cambiarle por completo la vida a millones de niños y niñas.

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