Te proponemos dar un paseo por tu barrio y tratar de identificar la luz artificial que esté mal empleada. ¿Podrías hacerlo? ¿Cómo reconocerías las fuentes lumínicas que no cumplen con la función para la que han sido instaladas?
No nos referimos a las bombillas que hayan dejado de funcionar. De lo que se trata es de identificar los focos de contaminación lumínica, un fenómeno que por desgracia es más común de lo que imaginamos y que se presenta sobre todo en las grandes capitales o centros urbanos. La contaminación lumínica se produce cuando las luces artificiales que vemos en las calles, avenidas, aceras, parques y demás, envían la luz hacia arriba y no hacia el suelo o hacia los espacios de su alrededor, iluminando el cielo en lugar de la calle.
Dicho de otro modo, la contaminación lumínica se produce cuando se hace un uso inadecuado de la luz exterior, bien porque las farolas están mal diseñadas, por un exceso de potencia o por el encendido de las luces en un horario inadecuado.
Ciudades sostenibles: cómo evitar la contaminación lumínica
Como decíamos, las ciudades son las más afectadas por este fenómeno. Sin embargo, en los últimos años han surgido numerosas iniciativas que buscan regular el uso de la luz pública en los horarios nocturnos y evitar los riesgos asociados que conlleva.
Capitales como París han sido pioneras a la hora de aplicar medidas en este sentido. Entre las principales soluciones figuran las siguientes:
- Encender monumentos y edificios solo cuando sea necesario.
- Utilizar diseños con pantallas que impidan la dispersión de la luz hacia arriba e instalarlas en espacios libres de obstáculos.
- Sustituir progresivamente las lámparas de mercurio por las de sodio, que contaminan menos y tienen la misma potencia.
- Acogerse a los estándares europeos e internacionales sobre la potencia de las fuentes lumínicas públicas.
- Aprobar leyes regionales o nacionales que regulen el uso de las fuentes eléctricas y promuevan el ahorro de energía.
¿Qué sucederá si no frenamos la contaminación lumínica?
El buen uso de recursos naturales no renovables, como es el caso de la energía eléctrica, es uno de los objetivos del mundo en el que vivimos. Integra la lista de prioridades de los modelos de consumo responsable, que buscan la sintonía entre el desarrollo y la tecnología con el bienestar de los entornos.
En España, por ejemplo, los expertos aseguran que con unas leyes de ahorro energético más eficientes podríamos ahorrar unos 250 millones de euros anuales y se reducirían en 1,5 millones las toneladas de contaminación de CO2 de nuestra atmósfera.
¿Te imaginas lo que pasaría si acciones de este tipo se implantaran en buena parte del planeta? Y si no lo hacemos, ¿cuáles serán las principales consecuencias de no afrontar el fenómeno de la contaminación lumínica? Aquí te nombramos algunas de ellas:
- Contaminación causada por los efectos tóxicos de las bombillas usadas.
- Alteración del ciclo de vida de algunas especies animales: cambio en sus ritos de apareamiento, alimentación y migración.
- Aumento de los niveles de dióxido de carbono en el aire y, por tanto, mayores perjuicios a la capa de ozono.
- Pérdida de la visibilidad del cielo nocturno.
- Aumento del riesgo de sufrir accidentes de tráfico provocados por una inadecuada iluminación.
- Mayores costes para los contribuyentes de las ciudades afectadas.
Como ves, acabar con la contaminación lumínica es más sencillo de lo que en principio puede parecer. Solo se necesita una buena predisposición y un plan eficiente. Por ejemplo, se puede empezar reduciendo los horarios de las luces que iluminan las fachadas de los monumentos y sustituyendo, de manera progresiva, las bombillas que se funden por otras de menor consumo y mayor eficiencia. Es esencial que todos y todas tomemos conciencia de este fenómeno. ¿Y por qué no empezar a pequeña escala? Recuerda: ¡todavía estamos a tiempo!