Hoy, en el Día Mundial del Comercio Justo, acompañamos a Sergi García de Oxfam Intermón en su viaje a visitar una cooperativa de café de Comercio Justo en Uganda. Nos cuenta la importancia de escuchar y cómo gracias al diálogo nacen y se fortalecen las relaciones entre las personas que componen la cadena del Comercio Justo.
"¿Son útiles las reuniones? Pues a veces sí. Y se pueden tener reuniones útiles en los lugares más insospechados. Y, además, redescubriendo la importancia de algunas cosas, como la importancia de escuchar. ¿Demasiadas cosas para una sola reunión? Quizás sí, pero puede ocurrir. Así fue nuestro caso, una reunión en Kashekuro, Uganda, con cuatro mujeres miembros de la cooperativa local de café: Agnes, Betty, Mbabazi y Byamhanga.
¿Por qué estábamos en Uganda? En Uganda está ACPCU, la Ankole Coffee Production Cooperative Union, una unión de cooperativas productoras de café de Comercio Justo. Ya les compramos café desde hace años, pero en esta ocasión queríamos proponerles algo distinto. Comprarles más café, sí, pero café cultivado por mujeres.
La idea surgió después de lanzar el café Tierra Madre, un café 100% arábiga cuyas ventas están financiando un programa de apoyo legal a las mujeres de la cooperativa Aldea Global en Nicaragua, gracias al cual pueden acreditar la propiedad de su tierra, las fincas en las que ellas han producido el café.
El café que compramos y bebemos habitualmente no se compone exclusivamente de arábiga. Hace falta otra variedad, la de café robusta, que es la que cultivan en el sur de Uganda. Desde que nació el Tierra Madre existía la idea de completar la gama con un café que mezclara ambas variedades y pudiera satisfacer el gusto de más personas. El objetivo del Tierra Madre es apoyar a las mujeres productoras. Unos meses antes y con la ayuda de la gente de ACPCU, habíamos hecho una encuesta a 172 mujeres de las cooperativas. De ahí sacamos una idea que podía darle sentido a todo el proyecto, relacionada con la falta de acceso a la educación secundaria de las hijas de las productoras. Debatimos, comentamos y opinamos, y luego redactamos el documento.
Fue entonces cuando decidimos ir a Uganda, con aquella propuesta bajo el brazo, dispuestos a hablarla con la gente de ACPCU. Nos plantamos en sus oficinas en Kabwohe y les explicamos el proyecto, mientras bebíamos café de verdad, solo y sin azúcar, en lugar del café soluble que, inexplicablemente, habían decidido darnos en el hotel. Las primeras conversaciones fueron bien. Comentamos los resultados con ellos, coincidimos en que la propuesta tenía buena pinta. Lo único que faltaba era poder contrastarla con las mujeres productoras de las cooperativas.
Jueves por la mañana, día nublado. La reunión tuvo lugar en una pequeña sala de paredes desnudas, con ventanas sin cristal y dos puertas permanentemente abiertas. Nos sentamos en sillas de plástico, del tipo de terraza de bar playera. Cuando se sentó Byamhanga, la última en llegar, empezamos la reunión. Yorkonia, el técnico de género de ACPCU, hizo de traductor. Las mujeres nos escucharon atentamente, asintiendo con la cabeza. Metidas como estaban en nuestra idea, cuando llegó el momento de las dudas, algunas de sus preguntas ya eran de detalle, como si la propuesta estuviera ya convirtiéndose en realidad.
La propuesta parecía que gustaba, todas las dudas habían quedado resueltas. Sólo quedaba pedirles una opinión sincera de cómo lo veían. Y, de repente, como quien no quiere la cosa, simplemente comentando posibles ideas entre ellas, terminaron dándole la vuelta al proyecto como si fuera un calcetín. Su idea era mucho mejor. Beneficiaba a más personas, evitaba los posibles problemas de la nuestra y suponía que ellas decidían, con total autonomía y sin que nadie les dijera qué era lo más importante. Y, además, era SU propuesta.
Fue entonces cuando escuchar se reveló como nuestra mejor y más necesaria aportación. Podríamos haber tratado de convencerlas para mantener la idea original. Pero no lo hicimos. El proyecto era de y para ellas, ¿qué sentido podía haber tenido insistir? Lo mejor fue escuchar atentamente y poniéndolas a ellas en el centro, intentando comprender exactamente qué necesitaban y qué nos estaban planteando.
Aquella fue una reunión realmente valiosa porque conseguimos lo que nos habíamos propuesto, que era validar una propuesta de proyecto que fuera útil para las personas a las que iba dirigido. Y lo fue porque preguntamos y escuchamos la respuesta, nos la llevamos con nosotros y la masticamos durante el trayecto de vuelta. La idea traqueteando en nuestra cabeza como el coche por el camino rojo y embarrado, avanzando poco a poco entre campos de café."
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